La población civil huye, y le deja el sitio a los
filisteos. Como los discípulos (¿sólo tienen aguante
las mujeres que miran desde lejos?).
Al día siguiente vienen los enemigos a despojar
a los muertos, y encuentran los cadáveres de Saúl y de sus
tres hijos. Los desnudan, les quitan las armas y las mandan a los pueblos
de al lado para anunciarles a los ídolos y al pueblo la Buena Nueva
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: que ya no hay rey en Israel.
También los soldados de Roma se reparten las vestiduras
del Rey de los judíos, mientras éstos, autoridades y papanatas,
dan el visto bueno entre dimes y diretes.
Ponen las armas de Saúl en el templo de Astarté,
y cuelgan el cadáver de la muralla de Betsán. Y no pasa nada.
Los soldados de Roma se sientan a mirar el cuerpo colgado
de Jesús. Entre el público circulan chistes sobre el templo,
el Hijo de Dios y sus capacidades de titiritero.
Pero el Templo de Dios no es el de Astarté: la
cortina del Santísimo se rasga de arriba abajo, la tierra se pone
a temblar, y las piedras se resquebrajan.
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