Saúl le dice a la nigromante que no tema, que le
diga a quién ve. La buena señora, a la que con el miedo que
tenía se le había olvidado que ya había "visto" a
Samuel, tacha y corrige: primero ve a una especie de dioses que suben del
fondo de la tierra, luego a un señor muy tieso (14)
o a un anciano envuelto en su manto. Como a la nigromante no le falta más
que decir "y que se llama Samuel", Saúl lo reconoce, se postra rostro
a tierra, y lo adora.
En el Huerto, también Jesús cae rostro
a tierra, en oración.
Cuando muere Jesús, la cortina del templo se rasga
y Dios se va. La tierra tiembla y se hienden las rocas. Y los sepulcros,
que ya no pueden encerrar a los santos porque triunfó la Vida, se
abren y dejan libres a los que estaban dormidos y se levantan (15)
ahora. Cuando se levante Jesús, entrarán en la Ciudad Santa
y aparecerán a muchos como lo que son: no ectoplasmas ni fantasmas
de la noche, sino eternamente vivos, con la vida del Señor.
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